Proteger el vacío
Hablamos de protección, sin poner ahora en juego el deterioro o la desaparición de edificios, monumentos y obras de arte. Planteamos la permanencia de lo no construido, de aquello que queda entre los núcleos urbanos, las zonas industriales o las vías de comunicación. Proteger el vacío.
Ese vacío es sin embargo una infraestructura territorial única, un sistema económico y un paisaje construido por el hombre desde hace siglos. La Huerta de València permanece, siendo amenazada por planes urbanísticos municipales que han querido transformar el suelo agrícola en parcelas construidas, aumentando el número de viviendas para una población que no ha crecido en número de habitantes.
La burbuja pinchó y el crecimiento (de suelo urbano) se frenó, dejando grandes solares por urbanizar, núcleos de poblaciones con viviendas abandonadas y un precio de la vivienda tan alto como desajustado.
En marzo de este año se ha aprobado la Ley 5/2018 de la Huerta de Valencia, de la Generalitat, en cuyo preámbulo leemos: ‘…la Huerta de València constituye uno de los paisajes agrarios más relevantes y singulares del mundo mediterráneo. Es un espacio de acreditados valores productivos, ambientales, culturales, históricos y paisajísticos, merecedor de un régimen de protección y dinamización que garantice su recuperación y pervivencia para las generaciones futuras. La Huerta de València posee un elevado valor simbólico y una dimensión internacional evidente, puesto que solo restan cinco espacios semejantes en la Unión Europea…’. Entre los objetivos de la ley, un plan de acción territorial que de instrumentos y contenido para llevar a cabo estas ideas.
El pasado 30 de noviembre el Consell aprobó el Plan de Acción Territorial de Ordenación y Dinamización de la Huerta de Valencia (PATODHV). Tras 3 años de trabajo en colaboración de la Consellería de Obras Públicas y Territorio con otros agentes como arquitectos e ingenieros de la Univesidad Politécnica de Valencia, y con algunos mecanismos de consulta y participación ciudadana. El Plan, amparado en la citada Ley, protege 11.000 hectáreas de suelo agrícola en el área metropolitana de València, calificando así a la Huerta como suelo no urbanizable protegido. Se establecen tres niveles de protección, según la zona, y además se acompaña de un catálogo de bienes inmuebles históricos y relevantes.
A pesar de que su lema es el de ‘tolerancia cero a la destrucción de más superficie de huerta’, el Plan tiene en cuenta regularizar el crecimiento urbano de los municipios de una manera controlada y limitada. Con una fórmula compensatoria en la que se establecen unas 250 hectáreas de ‘zonas rurales comunes’, dónde los municipios podrán edificar en sus bordes. A cambio, otras 250 hectáreas de zonas degradadas o planificadas para urbanizar se volverán a convertir en suelo agrícola, en los llamados ‘sectores de recuperación’. También se establecen 21 ‘enclaves de recuperación’, parcelas puntualmente edificadas en medio de la huerta (muchas naves industriales), a las que se ofrece la oportunidad de legalizar sus construcciones en 1/3 de su superficie, a cambio que los otros 2/3 sean recuperados como suelo agrícola.
Y así, parece lógico que se establezca un límite al crecimiento urbano de una población que está aún lejos de crecer. Y que, si así fuera tiene recursos para poder hacerlo, como la reutilización de viviendas y solares existentes. Proteger el vacío es poner en valor el territorio. Aun así, tenemos otro reto pendiente, el de cuidar la figura de aquél que trabaja ese paisaje y que lo hace posible, convirtiéndolo en un sistema económico sostenible: el agricultor. Ya hablaremos.
Artículo El Meridiano L’Horta